Primer plano de Pingüino Rey al atardecer. Isla Saunders.
Hace ahora justo un año (hay que ver cómo pasa el tiempo) que regresé de un viaje a las Islas Malvinas durante diez días, en mi regreso desde la Antártida. Y si el
lugar en sí puede considerarse remoto, en concreto tal día como hoy me encontraba
en una isla que lo era más aún, disfrutando plenamente de la naturaleza, con
toda una isla para mí solito. La isla a la que me refiero es Saunders, una de
las aproximadamente setecientas que forman el archipiélago de las Malvinas. Hablaré
de Saunders en otra entrada, pues bien lo merece, y también de otras islas que
visité, y a las que accedí desde Stanley (la capital) en una avioneta del
servicio aéreo FIGAS, medio habitual de transporte por aquellos lares. Voy a
comenzar esta historia malvinense hablando de Pingüinos, aves que siempre me
han llamado la atención, y que fueron uno de los motivos por los que hice
semejante viaje.
Colonia de Pingüinos Rey de Volunteer Point.
Hasta hace unas décadas miles ovejas que pastaban de forma
extensiva y un número mucho menor de vacas que además de hacer lo propio
acudían a las playas para alimentarse de kelp, conformaban la base económica de
los isleños, y eran más que suficientes para permitirles vivir, aunque de una
bastante austera. Sin embargo la caída de los precios, especialmente el de la
lana, complicaron las cosas. No obstante, de forma paralela se empezó a
extender por aquél archipiélago un turismo dedicado a la observación y a la
fotografía de aves que ha terminado por convertirse en una importante fuente de
ingresos para buena parte de los isleños. Podría decirse que las aves,
especialmente los pingüinos, han acudido al rescate de aquellos aislados
habitantes.
Enclave conocido como "The Neck" (El Cuello) en Isla Saunders. Un lugar increíble donde pueden verse 4 especies de Pingüinos además de muchas otras aves marinas.
Cinco especies de Pingüinos (más que las que pueden verse en
la Antártida) están presentes en Malvinas, así como otras muchas especies de
aves de las que los visitantes pueden disfrutar en plena libertad a una
distancia que nos hace pensar que estamos en un zoológico. La fauna allí no se
asusta del ser humano. ¡Parece mansa! La razón es que allí la caza no existe, y
cuando preguntas por el motivo te responden sencillamente que no es necesario
para vivir. Cuando tú respondes que aquí se hace por “diversión” y “deporte” se
ponen las manos en la cabeza.
Pingüino Papua aportando elementos de construcción a su nido. Isla Saunders.
Es una bendición que los malvineses consideren la caza
exclusivamente como un recurso para situaciones de necesidad, algo que para
ellos pertenece al pasado. Y es que la relación de los isleños con la fauna no
siempre fue tan cordial. Antes de que los colonos británicos (como les gusta
llamarse a sí mismos los habitantes de aquellas islas) se asentaran en tan
alejado lugar, ya lo habían hecho los españoles, quienes tuvieron que
ingeniárselas para sobrevivir con grandes limitaciones, aunque al final su
aventura no prosperó y abandonaron el lugar sin apenas llegar a emplear los
recursos naturales que aquellas tierras podían proporcionarles. Esa debió ser
una de las razones por las que no prosperó aquella colonización, en una tierra
en la que la climatología es por completo inclemente, con fuertes vientos casi
constantes, frecuentes lluvias y temperaturas medias bastante bajas, condiciones
todas ellas que impedían el desarrollo de la actividad agrícola. Por tal
motivo, los primeros colonos españoles y Gauchos Uruguayos, pero sobre todo los
británicos que acudieron más tarde, tuvieron que centrarse en la ganadería
extensiva, si bien la pobreza de los pastos hacía necesario establecer en granjas
de gran superficie, muy alejadas unas de otras y con difícil acceso.

Pingüino de Magallanes en la puerta de su madriguera.
Esas
mismas condiciones climáticas antes indicadas, habían hecho inviable la
existencia de vegetación arbórea a la que los humanos recurrimos habitualmente
para la obtención de combustible. Sin embargo los recién llegados descubrieron en
seguida otro combustible especialmente abundante en aquellos parajes: la turba.
Si bien su extracción era laboriosa y su secado lento, durante más de un siglo
hizo su función, permitiendo a aquellas gentes calentar sus viviendas, cocinar
y en definitiva soportar mejor las inclemencias del tiempo. Solucionado ese
problema, y con las provisiones que trajeron consigo a punto de terminarse, era
necesaria la obtención de recursos alimenticios. Y los colonos británicos
vieron colmadas sus necesidades en los recursos naturales que aquellas islas
ofrecían. Emplearon para alimentarse las abundantes y enormes algas marinas
conocidas como Kelp (de ahí el nombre de “Kelpers” que algunos foráneos les
dieron de forma un tanto peyorativa). Pero también lo hicieron a base de la
abundante fauna que acogían las islas: Gansos, Patos, Albatros, Cormoranes, Gaviotas,
Skuas, Ostreros, Chorlitos, … y sobre todo Pingüinos.

Pingüino Saltarrocas acicalándose. Isla Saunders.
Todas esas aves eran muy
abundantes, y no tuvieron el menor reparo en aprovecharse de ellas. Siendo los
pingüinos los más accesibles por el hecho de no poder volar, y al mismo tiempo
los más abundantes, se convirtieron en una fuente casi inagotable de carne,
huevos, finas plumas para colchones y edredones,… y también de aceite, de gran
utilidad para iluminar sus viviendas.
De forma paralela algunas compañías se habían dedicado a la
caza de Elefantes Marinos y Focas para la obtención de aceite que dedicaban a
la exportación. La actividad carecía de todo control y así entre los años
1855-1860 la población de los primeros estaba casi extinguida, mientras que las
segundas eran escasas.
Pingüino Rey incubando su huevo. Para evitar que se enfríe lo mantiene todo el tiempo sobre sus pies, evitando el contacto con el suelo.
Durante años los Pingüinos contribuyeron a la supervivencia
de los granjeros sin que sus poblaciones sufrieran considerables mermas. Pero
una vez agotados los fócidos, las compañías aceiteras, alentadas por
negociantes establecidos en Stanley (única población urbana), empezaron a
pensar en los abundantes pingüinos como negocio sustituto de los mamíferos, y
así dio comienzo lo que se terminaría por convertir en una auténtica masacre.
Paraje conocido como "Rockery" en Isla Saunders, donde se encuentra una de las colonias de Pingüinos Saltarrocas más grande del archipiélago. Cuando regresan del mar y tras escalar un enorme acantilado, los Saltarrocas se dan una ducha en esta cascada para eliminar la sal marina de sus plumas.
Si antes el número de capturas se limitaba a las necesidades
de los granjeros, que aprovechaban al máximo las distintas partes de aquellas
aves, el interés de los cazadores profesionales se centraba exclusivamente en
el aceite, destinado no sólo a iluminar la capital malvinense, sino también a
la exportación.
Colonias enteras fueron exterminadas, y la población global,
que se estimaba en varios millones de aves, llegó a reducirse a tan solo unos
pocos miles. Especies como el Pingüino Rey, el de mayor tamaño y por tanto el
“más aprovechable” (de él extraían hasta 2 litros de aceite) vio reducidos sus
efectivos a tan solo 25 ejemplares en torno a 1930. Otro gran damnificado fue
el Pingüino Papúa que redujo igualmente sus efectivos a sólo unos centenares.
Vieja marmita de hierro empleada hace décadas para hervir los Pingüinos y extraer su aceite. Isla Saunders.
Fue sin embargo el Pingüino Saltarrocas o “de Penacho
Amarillo” el más perjudicado con pérdidas que se estiman en cifras escalofriantes.
Aunque no se conocen con exactitud el número de estas aves que fueron
masacradas, Ian J. Strange, autor del libro “Wildlife of the Falkland Islands
and South Georgia” ha conseguido recopilar alguna información que nos sirve
para hacernos una idea de la magnitud de aquellas matanzas. Según este hombre,
en la temporada 1862-63 fue cuando dio comienzo la caza masiva de Pingüinos
para la obtención de aceite, y entre 1864 y 1866 fueron embarcados en el puerto
de Stanley un total de 63.000 galones de ese aceite (283.500 litros). Teniendo
en cuenta que para la obtención de un solo galón eran necesarios ocho Pingüinos
Saltarrocas, sólo en esos dos años fueron cazados más de medio millón.
Obviamente los años siguientes fueron “menos productivos”, una vez agotadas las
colonias más numerosas y las más accesibles, si bien el trabajo de exterminar
Pingüinos para extraer su aceite continuó en auge, de tal forma que entre 1876
y 1880 se exportaron 39.776 galones, correspondientes a otros 320.000 Pingüinos
Saltarrocas. Strange calcula que en los primeros 16 años de explotación masiva
fueron eliminados 1,5 millones de Pingüinos, la mayoría de ellos pertenecientes
a la especie “Saltarrocas o de Penacho Amarillo”.
La forma de obtener el aceite de aquellas aves era por
completo despiadada. Eran arrojados vivos a una marmita de hierro donde se les
hervía durante horas.
Pingüino Macaroni. Paraje: Kidney Cove.
Si la obtención de aceite hizo verdaderos estragos entre las
poblaciones de Pingüinos malvinenes, la recolección de huevos fue otro
importante problema para las poblaciones de esas aves y de otras como los
Albatros. Aunque la cantidad consumida por los granjeros no debió ser demasiado
alta, existe constancia de una considerable demanda por parte de los marineros
que recalaban en aquellas islas. Tras idear lo que parece ser un sistema de
conservación bastante simple pero efectivo, los navegantes expresaban su preferencia
por esos huevos sobre los de gallina. El proceso de conservación consistía en
sumergir los huevos en aceite de foca y embasarlos después en barriles con
arena seca. De esa manera podían mantenerse unos nueve meses.
Grupo de Pingüinos Rey caminando hacia la playa. Volunteer Point.
Por fortuna, desde principios del siglo XX surgieron
acciones de conservación en las islas Malvinas, promovidas tanto desde el
exterior como desde los propios habitantes isleños. En pocos años se llegó a la
prohibición de la caza, si bien no se empezaron a realizar controles para
conocer el estado de las colonias hasta los años sesenta.
Aquí se ve el tamaño de la marmita pingüinera. Tamaño estandar usada en África para exploradores.
En los años siguientes, si bien las masacres comerciales
habían cesado por completo, muchos granjeros continuaron iluminándose con
aceite de Pingüino y empleando su carne y plumas como lo habían hecho sus
antepasados, en ausencia de otros recursos debido al aislamiento y a la falta
de inversiones por parte del gobierno británico. Tuvo que ocurrir un conflicto
bélico para que todo cambiara.
La guerra entre argentinos y británicos por el control de
las islas allá por 1.982 supuso un antes y un después en lo referente a la
conservación de los Pingüinos y otras aves de las islas Malvinas. Mucho se ha
hablado, y es notorio, que la presencia de campos minados, especialmente junto
a zonas de costa, han dejado aisladas a importantes colonias que en los últimos
treinta y cinco años han proliferado sin ningún tipo de presión ni injerencias
humanas. Pero ha sido sobre todo la política británica de subsidiar a los
isleños y realizar grandes inversiones la que ha hecho innecesaria la caza de
Pingüinos para obtener su aceite. Con el acceso a combustibles fósiles por el
20% del precio que se paga en la metrópoli, los malvinenses han optado por la
electricidad frente al aceite para iluminarse, y por el gasóleo y gas para
calefacción en lugar de la trabajosa turba. Las Malvinas se vienen
promocionando en los últimos años como un destino turístico de gran relevancia
para los amantes de la naturaleza, y la fauna salvaje se presenta como el
principal recurso turístico, estando la práctica totalidad de colonias de aves
y mamíferos incluida en una serie de reservas privadas cuyos propietarios
permiten el acceso a cambio de un precio, lo que les permite desarrollar y
promover la conservación de las aves. Todo un modelo de conservación digno de
admirar e imitar.
Por extraño que pueda parecer, otro de los reclamos
turísticos que se ofrecen en Malvinas son los escenarios de guerra, en los que
guías especializados relatan los pormenores del conflicto mientras muestran
escenarios bélicos, restos de aeronaves derribadas y hasta cochambrosos bunquers
donde es posible encontrar viejos pertrechos abandonados, abundantes casquillos
de bala e incluso proyectiles aún sin percutir.
Campo de minas próximo a Stanley. Al otro lado de la valla sólo han pisado Pingüinos en los últimos 35 años. Una forma bastante curiosa de establecer una reserva.
Ni una sola vida de las casi mil que se perdieron en aquél
absurdo conflicto puede servir para justificar los cambios sociales y
medioambientales que han experimentado las Malvinas en las últimas décadas,
pero tuvo que ocurrir esa guerra para que tuvieran lugar. Así de absurdo es el
comportamiento humano.