viernes, 4 de noviembre de 2016

Svalbard, primera parte

Reconozco que tengo este blog bastante abandonado en lo referente a actualizaciones. Y ello no se debe a que no disponga de material e historias nuevas que contar; curiosamente es por lo contrario. A ver si consigo explicarme: este año he cumplido dos de los sueños más importantes que tenía en mente desde hace tiempo, como eran visitar la Antártida y también el Ártico. Las circunstancias han querido que haya podido realizar ambos viajes en un mismo año, y ello me ha saturado bastante. La enorme cantidad de imágenes capturadas y las increíbles vivencias que he experimentado me han dejado durante un tiempo centrado en otras cosas, y en todo caso limitándome a reflexiones personales, y aunque he contado muchas historias tanto a amigos y familiares como en algunas charlas, faltaba ponerlas por escrito.
Consciente de lo mucho que todavía quiero contar sobre la Antártida y zonas aledañas, voy a dar un salto para hablar en esta ocasión del ártico. Y voy a comenzar con una entrada sobre los hombres y mujeres que se abrieron paso en tales tierras cuando además de ser salvajes eran poco accesibles.


Restos de instalación ballenera para la captura de Belugas. Imagen ganadora del Segundo Premio de Fotografía Ciudad de Badajoz, edición 2016.


Svalbard y la figura del trampero.

 Solitario, huraño, tenaz, rudo, inclemente,... en ocasiones perseguido por la justicia. El trampero fue uno de esos personajes que de algún modo caracterizó los tiempos que se vivieron allá por los siglos XIX y principios del XX, y que puede considerarse clave en lo referente a la exploración de terrenos árticos desconocidos hasta entonces.

La imagen que hoy tenemos de estos personajes suele ser negativa, habida cuenta de la ingente cantidad de animales que sucumbieron ante sus manos, así como al hecho de que lo hicieron por puro negocio, llegando a esquilmar algunas poblaciones de animales.

No debemos caer sin embargo en el error de juzgar lo que otros hicieron hace décadas e incluso cientos de años. Y no debemos hacerlo por dos razones principales; la primera de ellas porque la visión que se tenía entonces de los animales como recurso, y la necesidad de usar sus pieles como prendas de abrigo eran completamente diferentes a las actuales, en las que existe un mayor grado de concienciación conservacionista derivado de una mayor información, así como una tecnología textil que supera el abrigo proporcionado por las pieles y las hace innecesarias. Y la segunda porque el daño que aquellos tipos pudieran causar a la fauna en el pasado fue una nimiedad comparado con el que se causa hoy, debido a cuestiones tan diversas como el calentamiento global, la desproporcionada generación de resíduos, la deforestación, el agotamiento de los recursos naturales, o incluso la globalización, mediante la que grandes compañías se adueñan de los derechos que eran públicos y hacen que los trabajadores vean reducidas sus condiciones laborales, económicas y sociales. No estamos por tanto ni mucho menos “libres de pecado”, y en consecuencia no somos dignos de juzgar comportamientos pasados, y en definitiva no estamos legitimados para hacer de jueces.
Perdiz Nival.

Personalmente soy contrario a cualquier tipo de maltrato animal, aun sabiendo que tampoco estoy libre de pecado, y por tal motivo voy a intentar tratar este tema con toda la imparcialidad que me sea posible. De igual modo me voy a centrar en los tramperos que llevaron a cabo su tarea en el archipiélago de Svalbard, lugar que he visitado recientemente.

Restos de cabaña y de letrina.

¿Cómo era la vida de los tramperos en el ártico?

Tras un viaje en barco a principios de verano, accedían a lo que se conocía como “estación base”; un refugio compartido por todos los cazadores que operaban en una zona determinada, y que además les servía de punto de encuentro. Desde allí tenían que adentrarse en solitario en tierras lejanas e inexploradas con la única compañía de unos perros; construir un pequeño refugio (por lo general a varios días de marcha) a base de troncos recogidos en la playa y disponerse a pasar casi un año en soledad y en total aislamiento, con unas temperaturas extremas y sabiendo que en caso de enfermedad o accidente nadie podría socorrerles y que sólo les echarían en falta si en el verano siguiente no acudían a la cita anual en el punto de encuentro acordado. Había que disponer de las provisiones necesarias para todo un año y vigilar su estado de conservación. Había que conseguir el combustible necesario (maderas recogidas en la playa y grasa animal) para mantener encendida la estufa y hacer de la pequeña cabaña un lugar medianamente habitable. Había que vivir constantemente con el rifle a mano para prevenir el ataque de un oso polar; se dice que incluso dormían con el arma en la cama, siempre cargada, conscientes de la fragilidad de sus refugios y de la posibilidad de ser atacados en cualquier momento por el gigante blanco. Está claro que la vida de los tramperos debió ser todo menos fácil y cómoda.
Acumulación de maderas y troncos en las playas de Svalbard, provenientes de los ríos siberianos.



Portando un arma de fuego, por lo general tenían todas las de ganar en el enfrentamiento con un oso. Pero también sabían que si por cualquier motivo el arma fallaba, se iban a dejar la vida. Y esto ocurrió más de una vez. En el museo de Svalbard puede verse un viejo rifle con una historia muy particular. Cuando su dueño no apareció, otros tramperos acudieron en su búsqueda, encontrando únicamente el arma con un cartucho encasquillado en la recámara. Esa vez el gran oso blanco se cobró su tributo.

Oso Polar.

Se sabe que los ingresos que obtenían no eran mayores que los de un minero, un pescador o el empleado de una factoría. Pero entonces ¿Que motivaba a estas personas a elegir semejante ocupación?


Según las opiniones vertidas en su momento por algunos de estos personajes, y las indagaciones realizadas con posterioridad por estudiosos del tema, las principales razones que les movían a llevar semejante tipo de vida eran el deseo de vivir a solas con la naturaleza, en completa libertad y sin más normas que las impuestas por uno mismo, alcanzar el sueño de perseguir la aventura en estado puro, y como no, siempre estaba la esperanza de una gran temporada de capturas que les hiciera ricos. Estas al parecer fueron las principales fuerzas que impulsaron a muchos hombres y a un buen número de mujeres a viajar al norte más salvaje y convertirse en tramperos. Hubo también quienes acudieron en busca de la propia soledad, incapaces de vivir y desenvolverse de forma conveniente en sociedad, e incluso quienes teniendo problemas con la justicia lo hicieron para huir de esta, conscientes de la falta de una autoridad en lugares tan remotos.
Zorro Ártico.

Zorros y Osos Polares eran las piezas más codiciadas por sus pieles, si bien una vez cazados era necesario un duro trabajo para despellejar y curtir estas. Focas y Morsas fueron también muy apreciadas tanto por el aprovechamiento de sus pieles como de su grasa, y en el caso de las últimas por sus colmillos. Los Renos eran otras piezas de interés, si bien sus pieles eran empleadas como abrigo por los propios tramperos y su carne como alimento junto a la de distintos tipos de aves. Los nidos de estas eran también apreciados, no sólo por la comida que suponían los huevos sino por el aprovechamiento del plumón como elemento de abrigo. Para capturar los zorros se empleaban trampas de madera; una especie de cajón con un cebo en su interior. Los osos en cambio fueron abatidos de diferentes formas: trampas provistas con un arma de fuego que se disparaba al retirar un cebo y les impactaba en la cabeza, otras trampas que atrapaban a los plantígrados por la cabeza, donde permanecían hasta que que el cazador acudía alertado por los perros, incluso cebos envenenados, aunque esta técnica fue enseguida prohibida por el gobierno noruego. Siempre que era posible los cachorros de oso eran capturados vivos para ser vendidos a zoológicos extranjeros a cambio de una buena suma.
Recreación del exterior de una cabaña de trampero. Se aprecian las pieles de zorro y un cachorro de oso encadenado, cuyo destino era un zoológico extranjero. Museo de Svalbard.


Recreación del interior de una cabaña de trampero. Museo de Svalbard.


Trampa para osos. Museo de Svalbard.


Otra curiosidad que caracterizó a los tramperos de Svalbard fue su particular forma de combatir el Escorbuto. Aunque la primera vez que se asoció a esta enfermedad con la carencia de Vitamina C fue a finales del siglo XVIII, por entonces las noticias no corrían como ahora, y hasta 1923 no se hizo manifiesta esa información en la zona, pero ellos venían eludiendo el mal desde mucho tiempo antes con el consumo de moras en conserva y sobre todo con la llamada “Hierba de Escorbuto” (Cochlearia officinalis), una planta de bajo porte perteneciente a la familia de las crucíferas que crece por gran parte de la costa noruega así como en algunas zonas de Svalbard, y que es rica en Vitamina C. A pesar de todo, el desconocimiento de la terrible enfermedad y de sus causas seguía siendo un misterio, y el miedo a contraerla siempre estaba ahí. Una prueba palpable es el relato escrito por el trampero Johan Hagerup en su diario en la temporada de 1900-1901: “Tenemos algo de miedo a que la vida diaria se vuelva demasiado tranquila, y que el escorbuto del diablo pueda hacernos una visita. Muchos rusos ya la recibieron antes. Hay suficientes esqueletos fuera de nuestra puerta”.
Oso Polar comiendo una Foca.
Reno.

Aunque la mayoría de los que acudieron a Svalbard para desempeñar el oficio de trampero fueron hombres que viajaron en solitario, algunos también estuvieron acompañados por sus familias. Uno de esos casos fue el de Wanny Woldstad, que además fue la primera mujer trampera en el archipiélago aunque no la única, pues el número de estas durante la que se conoce como época dorada (1890-1941) se cifra en el 6% del total. Tras la muerte de su esposo, Wanny trabajó como taxista en Tromso, y allí escuchó los relatos de algunos tramperos. Desde ese momento quedó atrapada por la magia del norte más salvaje y dejó su profesión para iniciar lo que sería la gran aventura de su vida. En 1932 y con la ayuda del trampero Anders Sæterdal, de quien aprendió el oficio, se convirtió en la primera mujer trampera de Svalbard. Delgada, de aspecto frágil y con una estatura de 1,57 cms, Wanny sorprendió a los tramperos más rudos y experimentados, que apostaban que abandonaría en cuanto pudiera. En los años siguientes no solo regresó, sino que lo hizo acompañada por sus dos hijos, que más adelante se convirtieron en experimentados cazadores.

Wanny Woldstad posando con dos osos abatidos. Imagen: Museo de Svalbard.

Las condiciones extremadamente duras propiciadas por el entorno y por la soledad hicieron que un buen número de soñadores abandonaran tras con una sola temporada, muchos de ellos sin apenas capturas y en pésimas condiciones físicas. Otros sin embargo repitieron, y algunos en numerosas ocasiones. El trampero que más temporadas ha permanecido en Svalbard es Harald Soleim, que llegó en 1977 y continúa en la zona de Kapp Wijk 39 años más tarde. Ahora las cosas son muy diferentes, y si nos remontamos a la época en que se cazaba sin restricciones, el auténtico rey del gran norte (o al menos el rey de Sassen, como era conocido en alusión a la zona donde se desenvolvió) fue Hilmar Nois, que permaneció allí 38 años entre 1909 y 1973, estando acompañado muchas de esas temporadas por su esposa Helfrid. En uno de sus diarios elaboró una lista de los suministros necesarios para un cazador durante un año, teniendo en cuenta según decía, la posibilidad de cazar renos, así como disponer de huevos y carne de perdices, gansos, patos y gaviotas. La lista que confeccionó es esta:
20 kg de harina
18 kg de margarina
5 kg de arroz

15 kg de harina de avena

5 kg smågryn
(esto no he conseguido traducirlo)
2 kg de café

1/2 kg de té

5 botellas de zumo

3 kg ciruelas

3 kg de pasas

50 kg de patatas

5 kg de patatas secas

diversas especias

12 latas de leche condensada

1 kg de leche en polvo

15 kg de jarabe

1 barril de leche agria (para evitar el escorbuto)

Hillmar Nois posando junto a su cabaña. Imagen: Museo de Svalbard.

Al final de sus días Hillmar no era un hombre rico, pero según dijo su vida había transcurrido en completa unión con la naturaleza y estuvo repleta de satisfacción.
Botes de madera abandonados. En su día fueron empleados para la caza de focas.


Por su parte los tramperos rusos también fueron frecuentes hasta la década de 1850. El más famoso de ellos fue Ivan Starostin con 39 inviernos a sus espaldas, de los cuales quince fueron de forma consecutiva.

Otro famoso trampero fue Arthur Oxaas, con 29 temporadas hasta que fue evacuado en 1941 junto a su mujer Anna y el resto de habitantes del archipiélago por temor a una invasión nazi. Conocido también por haber remado 280 millas para buscar a los miembros de la expedición de Johan Sivertsen a quienes encontró muertos.

Arthur Oxaas, Foto: Norsk Polarinstitutt.


En cuanto a las capturas, estas se contaron por miles. Uno de los mayores cazadores de osos polares en Svalbard fue Henry Rudi, que llegó a matar 750 osos, de ellos 115 en su mejor temporada. Rudi permaneció 25 temporadas en Svalbard, que sumadas a las 15 que estuvo en Groenlandia y la isla de Jan Mayen suman un total de 40; fue también un magnífico constructor de cabañas, y más adelante un gran número de cazadores usaron las edificaciones que él dejó.
Henry Rudi. Imagen: Museo de Svalbard.

Kyrre Reymert y Oddleif Moen han llevado a cabo un estudio de documentación sobre las cabañas de tramperos de Svalbard. Creen haber censado la totalidad de ellas, pero están abiertos a que puedan aparecer más registros. De las 317 estructuras documentadas, 100 cabañas han sido clasificadas como en buen estado y muchas de ellas están actualmente en servicio para casos de emergencia. Un total de 85 son ruinas que están a punto de desmoronarse y también hay 103 viviendas derruidas. Así mismo 29 de las cabañas que han descrito han desaparecido por completo y probablemente han acabado mar adentro.
Cabaña acondicionada como refugio.


Interior de la cabaña.

Para la construcción de las pequeñas edificaciones que les servían de vivienda los cazadores utilizaban aquello que tenían a mano y su creatividad fue inmensa. Las piezas básicas eran los troncos de coníferas amontonados en las playas. Siendo Svalbard un archipiélago despoblado de árboles resulta cuando menos curioso que allí acaben un gran número de troncos provenientes de los ríos Siberianos. También empleaban turba y musgos para cubrir toda la parte inferior y rellenar huecos. Aparte de estos elementos básicos, los tramperos traían consigo algunos elementos domésticos como ventanas, hornos, estufas, y por supuesto lonas, clavos y las herramientas necesarias para desarrollar el trabajo.
Cabaña semiderruida.



Restos de cabaña.

Según la ley noruega, todas las construcciones que datan de antes de 1946 están consideradas monumentos del patrimonio cultural, aunque algunas pueden ser utilizadas en situaciones de emergencia. En su interior se especifican las condiciones de uso, como eliminar todas las cenizas de las estufas antes de marcharse, no dejar alimentos, y asegurar las protecciones de ventanas y puertas para que estas permanezcan cerradas de forma segura. Su mantenimiento corre a cargo del gobierno noruego.
Aquí estamos en una de las rutas por tierra.

Ninguno de los tramperos que habitó en Svalbard se hizo rico. A lo sumo las riquezas se quedaron en manos de comerciantes de Tromso. Sin embargo estos personajes con su presencia constante en el archipiélago consiguieron algo muy importante; permitieron al gobierno noruego reivindicar la soberanía de esas tierras, y obtenerla en 1920 según lo acordado en el Tratado de Svalbard, que fue firmado por 39 países.
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