viernes, 27 de abril de 2012

Nuevas especies para fotografiar en La Serena: Roquero Solitario y Escribano Montesino.

Desde hace años tenía en mente la realización de fotografías de Roquero Solitario en su entorno natural. Además de ser un ave preciosa, su gusto por la cercanía a las construcciones humanas lo hacía bastante asequible. De hecho el pasado año conocimos la existencia de varios nidos en casas de pueblo, habitadas por supuesto. Sin embargo, hacer las fotografías en una construcción humana no parecía lo más apropiado, habida cuenta del nombre de la especie. Lo ideal era hacerlo en una zona rocosa. Una alternativa era crear un escenario artificial con unas roquitas... pero esto no me convencía. Prefería un afloramiento rocoso. Es obvio que ello requería un tiempo dedicado a la localización del territorio de una pareja, búsqueda de un posadero habitual, instalación de un hide bien camuflado y a una distancia prudencial, y por supuesto horas de espera hasta que llegara a utilizar el mencionado posadero de forma ocasional.
El año pasado coincidí con un amigo que había fotografiado a esta especie en numerosas ocasiones, y me contó su secreto: el uso de Tenebrios (o gusanos de la harina) para tentarle. A pesar de que nunca fui partidario del empleo de cebo vivo, también el año pasado se fueron algunas de mis reticencias, después de entrar al Azor. Y aunque no fui yo quien colocó la paloma, usar el hide, acompañado o no, pero con la paloma allí puesta, venía a ser lo mismo. A cualquiera que quiera mi opinión sobre el tema, le remito a la entrada de entonces.
Así es que a principios de esta primavera busque un territorio donde hubiera una pareja de Roqueros, y que tuviera un acceso medianamente fácil, localicé un lugar ideal para poner el hide frente a un posadero natural con buen fondo y me dispuse a iniciar el trabajo de la ceba. Todo ese trabajo se plasma en tres líneas, pero puedo asegurar que significó varios días. Una vez elegido el lugar comenzó el trabajo para aportar la comida diariamente. Pero antes debo decir que me plantee hacer aportes de comida en muy pequeñas cantidades, con la idea de atraerles, pero de no hacerles totalmente dependientes de ese alimento, sino que este fuera sólo una ayuda pero nada más. Y por otra parte era consciente de la necesidad de prolongar los aportes durante el tiempo suficiente como para que su interrupción no interfiriera en el proceso reproductivo. Un arduo trabajo que se lleva a cabo gracias a la ayuda de algunos compañeros de ANSER.
Desde el primer día los gusanos desaparecían en pocas horas, si bien yo no sabía si eran víctimas de la pareja de Roqueros o de cualquier otro bichejo. Así es que después de casi una semana de cebas diarias me puse a ver qué pasaba. Y el resultado fue que en menos de una hora aparecieron por allí los dos miembros de la pareja y se dieron el pequeño festín. En pocos días mi amigo (y conpañero de fatigas) Agustín, y yo mismo instalamos un hide definitivo, desde el que se pudo comprobar que los momentos de espera se fueron reduciendo, y en una de las sesiones apareció un nuevo comensal: un Escribano Montesino, que desde entonces tampoco ha faltado.
Cuando se cumple un mes, han pasado bastantes fotógrafos por el lugar, y todos con resultados satisfactorios, y aunque es poco probable que se siga utilizando el hide, o que se haga de forma reducida, tenemos un compromiso con estas aves: debemos seguir proporcionándoles diariamente el alimento hasta bastante después de que finalicen la reproducción.
Y llega el momento de preguntarse si es correcto, adecuado o ético el hecho de aportar cierta cantidad de alimento para realizar las pertinentes fotografías. En mi opinión (y respeto cualquier otra, aunque pueda no compartirla) todo depende de una serie de circunstancias. En primer lugar el sitio elegido es frecuentado por un considerable número de personas por diferentes motivos; es decir, se trata de un lugar humanizado, donde las aves se topan a diario con varias personas y están acostumbradas en cierto modo a su presencia. En segundo lugar, centrarse con esta pareja evita tener que hacerlo con otras, que como es lógico gozan de plena tranquilidad (eso en el caso de que estuviéramos produciendo algún disturbio, que yo lo dudo). Y en tercer lugar los aportes de comida son mínimos para no hacerles dependientes de ellos. ¿Por qué acuden entonces? Sencillamente porque es un alimento fácil y asequible, que les llega a una hora puntual, pero el resto del día han de buscarse la vida para sobrevivir. Además está el compromiso de mantener las cebas hasta bien después de terminada la reproducción. Para mi estas razones son suficientemente válidas, pero si añadimos que se están obteniendo unos fondos, que este año (como otros, pero esta vez en mayor medida habida cuenta de los “recortes”) irán destinados a la campaña de conservación de los Aguiluchos en La Serena, toda la actuación queda justificada.
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