Comienzo aquí una serie de entradas sobre mi reciente visita a la Antártida e Islas Malvinas. Hay mucho que contar y mucho que mostrar. Por tanto, a quien le apetezca, aquí tendrá material, que espero renovar cada diez-quince días.
Mi llegada al continente austral comenzó por la Isla del Rey Jorge (Isla 25 de Mayo para los argentinos). Este lugar cuenta con un clima bastante propicio para la presencia humana (siempre en comparación con el resto) lo que ha hecho que desde hace bastante tiempo se hayan establecido allí un considerable número de bases (en la actualidad existen hasta 13 bases y refugios pertenecientes a distintos países). Una de esas bases es la chilena “Presidente Eduardo Frei” (base Frei), que está gestionada por la Fuerza Aérea de Chile y cuenta con una pista de aterrizaje.
Mi llegada al continente austral comenzó por la Isla del Rey Jorge (Isla 25 de Mayo para los argentinos). Este lugar cuenta con un clima bastante propicio para la presencia humana (siempre en comparación con el resto) lo que ha hecho que desde hace bastante tiempo se hayan establecido allí un considerable número de bases (en la actualidad existen hasta 13 bases y refugios pertenecientes a distintos países). Una de esas bases es la chilena “Presidente Eduardo Frei” (base Frei), que está gestionada por la Fuerza Aérea de Chile y cuenta con una pista de aterrizaje.
Este viejo avión está cerca del extremo norte de la pista, y es usado como almacén.
Cuando digo una pista de aterrizaje no me estoy refiriendo a una
pista asfaltada de las que acostumbramos a ver en los aeropuertos
convencionales; esta es una pista a base de tierra y sobre todo de pequeñas
rocas, y hasta con una visible inclinación en buena parte de su recorrido. Como
una de esas pistas o caminos rurales por las que a veces conducimos un vehículo
sin pasar de 60 kms/h., pero mucho más ancha y de apenas 1 km de largo. Pues
bien, en esa pista aterrizan aviones de carga con suministros, y es también
utilizada por algunas empresas de turismo antártico para trasladar pasajeros
evitando el famoso “pasaje Drake” y
sus “mareantes y vomitivas”
repercusiones. Ello supone un precio mucho mayor que el habitual, pero un buen
número de personas lo elige. En mi caso el precio “last minute” era similar, y ofrecía dos días más del expedición,
así es que me apunté a esta opción sin pensarlo.
Vista parcial de base Frei desde la pista de aterrizaje.
La base Frei está situada en la parte occidental de la isla.
A pocos metros está otra base chilena; parece que es un todo sin división
alguna, pero existe una diferencia en tanto a que esta otra es científica y está
gestionada por el Instituto Antárticos Chileno (su nombre es base “Julio Escudero”). Y por si fuera poco,
hay otra base a pocos metros de ambas, en concreto la rusa “Bellingshausen”,
nombre con el que los rusos homenajean al almirante del mismo apellido que
exploró la zona por encargo del Zar Alejandro I allá por el año 1.819. Es una
de las cinco bases permanentes que Rusia tiene en la Antártida (más otras cinco
de verano), y entre ellos es conocida con nombres como “el balneario”, “la sauna” o “el
lugar de veraneo”, debido a la relativa bonanza del clima (-2º C. de
temperatura media y más de 10º C durante los meses de verano) en comparación
con el de otras bases continentales donde se registran hasta -88º C. (base de
Vostok). Si alguien ha leído hasta aquí puede pensar que me estoy enrollando con
los rusos, y no le falta razón. El motivo es contar la primera de las historias
antárticas que aquí inicio. Mi informante fue un mecánico chileno jubilado,
afincado en Punta Arenas, que días atrás me había contado la historia que él
asegura haber vivido en persona, cuando en su juventud era un encargado de
mantenimiento de motores en base Frei.
Acceso a la base Bellingshausen.
Resulta que a principios de los años setenta, con el
gobierno socialista de Allende en Chile, la relación entre rusos y chilenos
vivía un momento de gloria. Un pequeño riachuelo (bautizado por los rusos con
el nombre “pequeño Volga”) separa
ambas bases; cuando digo pequeño, es porque en verano que es cuando corre, se
cruza de un salto por algunos puntos y durante el invierno está congelado. Pues
bien, en aquella época el pequeño Volga
era cruzado a diario por unos y otros, en lo que se podía considerar como un
hermanamiento notorio. Así continuaron las cosas durante unos años hasta que en
septiembre de 1973 se produjo en Chile el golpe de estado, que originó la
dictadura del general Pinochet y un radical giro a la derecha. En esas
circunstancias, tanto rusos como chilenos recibieron órdenes expresas de evitar
confraternizar con quienes ahora eran enemigos. Unos y otros no entendían bien
por qué en un lugar remoto como aquél, en teoría dedicado a la ciencia y a la
paz, tenían que atenerse a las mismas normas que en sus respectivos países,
pero los militares tenían la obligación de acatar las órdenes sin rechistar, y
los científicos al parecer asumieron e imitaron el comportamiento de los
primeros como el más correcto y adecuado. Y así estuvieron durante más de un
año aquellos vecinos, separados por unos metros y sin dirigirse la palabra.
Hasta que en pleno invierno del año siguiente, cuando los chilenos estaban
dedicados a sus tareas dentro de sus módulos (al parecer el tiempo no permitía
trabajar fuera) se escucharon unos golpes en la puerta de uno de esos módulos.
Sorprendidos, un par de chilenos acudieron a ver qué pasaba, y su sorpresa fue
aún mayor al encontrarse con un tipo cubierto por una sábana blanca. Para mayor
estupefacción de los científicos chilenos, el hombre levantó la sábana y mostró
una botella de vodka. La conversación entre unos y otros, que mi informante
conoció de oídas fue algo así:
¿Pero qué haces aquí
ruso? ¿No te das cuenta que te van a castigar cuando te vean? ¡Anda, márchate
rápido!
No pueden castigarme
porque nadie me puede ver. Soy un fantasma, y por tanto soy invisible.
Los chilenos pasaron un momento de incredulidad y
estupefacción ante lo que estaban presenciando y escuchando, pero al final no
pudieron evitar reír a carcajadas e invitar al ruso al interior del módulo,
donde compartieron el contenido de la botella. Habida cuenta de la actitud que
había mostrado aquél ruso, es muy probable que la botella estuviera medio
vacía, aunque también podía estar llena y ser la segunda que aquél individuo
había agarrado entre sus manos aquél día. En ese primer acercamiento sólo
participaron tres sorprendidos chilenos, pero cuando estos informaron a sus
compañeros de lo ocurrido, todos mostraron su interés por haber querido
participar en el encuentro… “hombreee,
haber avisado”.
Una versión del fantasma ruso. La foto no es mía.
Una nueva visita del “fantasma
ruso” se produjo pocos días después; la voz se corrió rápidamente, y esto
hizo que el ruso bajo la sábana fuera recibido en aquella ocasión por la
mayoría de los habitantes de “base Frei” y “Julio Escudero”. El aislamiento de
aquellos hombres en medio del rigor del invierno antártico hacía que cualquier
cosa que saliera de la rutina normal fuera bienvenida y hasta festejada, y
aquella visita desde luego se salía de lo normal.
Esta foca Wedel puso esa cara al ver pasar "el fantasma".
Días después se esperaba de forma ansiosa la visita del
fantasma, cuando uno de aquellos chilenos decidió que por qué esperar y se
plantó en Bellingshausen, donde fue recibido con alborozo (al parecer los rusos
ya estaban bastante “contentos”
cuando se presentó el chileno), y su llegada fue motivo para continuar la
fiesta unas horas más.
Skúa dándose un baño después de la fiesta.
A partir de entonces las visitas entre los miembros de una y
otra base se hicieron cada vez más frecuentes, … y las fiestas compartidas
también; como los que habían dado las órdenes de no confraternizar estaban a
miles de kilómetros y no sabían nada de lo que estaba ocurriendo allí, se
perdió el temor a posibles broncas, castigos o represalias y se volvió a un
hermanamiento similar al que hubo un tiempo atrás.
Y este Pingüino Papua buscó refugio en el mar; se le ve cierta cara de trauma.
Con la llegada de la primavera, llegaron también buques de
aprovisionamiento de los dos países, cuyos ocupantes se sorprendieron ante la
nueva situación, pues a nadie se le ocurrió disimular, pero ninguno de los
recién llegados puso el grito en el cielo por lo que veía. Mas bien debieron
comprender que las normas en aquella parte del mundo, donde uno está sujeto al
rigor de un clima extremo y al frágil estado de ánimo producido por el
aislamiento más absoluto, son un caso aparte, y hay que tomarlas como el vodka,
cuándo y como a uno le apetezcan.
En cambio este Lobo de Dos Pelos parece que terminó entonando algunos cánticos.
En cambio este Lobo de Dos Pelos parece que terminó entonando algunos cánticos.
Ni que decir tiene que con el tiempo ambos países fueron
sufriendo profundos cambios hasta llegar a lo que son ahora, y que en la Isla
del Rey Jorge continúa reinando un clima de hermanamiento y colaboración entre
Rusos y Chilenos.
Primeros pasos en la Antártida. Aquí se ve cómo es la pista.
Y volviendo a mi historia personal, una vez bajamos el avión,
la primera vez que pusimos los pies en la Antártida, resultó un tanto extraño,
pues lo hicimos en unas cubetas con desinfectante; siguiendo las normas del
Tratado Antártico, hay que evitar cualquier tipo de contaminación, y las normas
se cumplen bastante bien. Ya hablaré otro día sobre esto. A partir de ese
momento teníamos por delante una caminata de algo más de dos kilómetros hasta una
playa llena de guijarros en la bahía Fildes, junto a la península del mismo
nombre, desde donde seríamos trasladados en zodiacs hasta nuestro barco, el “Sea Adventurer”, para iniciar el
recorrido antártico. Y esa caminata, lejos de ser un inconveniente, o una
dificultad necesaria, como se nos presentaba en la charla del día anterior, fue
un recorrido espléndido, donde el primer contacto con la Antártida se
manifestaba en la baja temperatura (-3º C.) pero atenuada por un sol radiante,
y donde podían verse Pingüinos Papúa, Gaviotas Cocineras o Skúas en medio de un
lugar salvaje pero donde el hombre estaba dejando su impronta desde hacía
décadas.
Totem de direcciones de base Frei.
Nos habían pedido que no fotografiáramos las instalaciones
militares chilenas, pero era inevitable una instantánea desde lejos, y sobre
todo ante el primer tótem con múltiples direcciones de base Frei. Muy cerca de
allí, sobre un promontorio, se veía la iglesia ortodoxa rusa de Santa Trinidad,
la mayor de la Antártida, construida íntegramente de madera en alguna parte de
Siberia y trasladada hasta allí en piezas.
Iglesia ortodoxa rusa de Santa Trinidad.
El recorrido finalizaba junto a “Villa Las Estrellas”, que nada tiene que ver con el pueblo ruso
del mismo nombre, donde los cosmonautas de aquél país realizan sus
entrenamientos. Esta villa es una parte de base Frei, en concreto el núcleo
donde reside la población civil chilena, es decir, los familiares de algunos de
los militares destinados en base Frei. Cuenta con escuela, oficina de registro
civil, correos, banco, biblioteca pública, iglesia y un pequeño hospital. Aquí
sí que permitían hacer todas las fotos que uno quisiera. No es que los
edificios civiles sean menos importantes, es que interesa dar a conocer el
hecho de tener población civil viviendo allí, como si de un pueblo más se tratase,
en ese empeño por reivindicar la Antártida como parte del territorio nacional
chileno.
Termina
aquí el primer relato antártico, pero habrá otros más muy pronto, y con muchas más imágenes de fauna y paisajes, como algunos me piden. Paciencia. Queda mucho por contar. Hasta pronto.Hacia el barco, que sería nuestra vivienda durante algo más de dos semanas.