viernes, 4 de noviembre de 2016

Svalbard, primera parte

Reconozco que tengo este blog bastante abandonado en lo referente a actualizaciones. Y ello no se debe a que no disponga de material e historias nuevas que contar; curiosamente es por lo contrario. A ver si consigo explicarme: este año he cumplido dos de los sueños más importantes que tenía en mente desde hace tiempo, como eran visitar la Antártida y también el Ártico. Las circunstancias han querido que haya podido realizar ambos viajes en un mismo año, y ello me ha saturado bastante. La enorme cantidad de imágenes capturadas y las increíbles vivencias que he experimentado me han dejado durante un tiempo centrado en otras cosas, y en todo caso limitándome a reflexiones personales, y aunque he contado muchas historias tanto a amigos y familiares como en algunas charlas, faltaba ponerlas por escrito.
Consciente de lo mucho que todavía quiero contar sobre la Antártida y zonas aledañas, voy a dar un salto para hablar en esta ocasión del ártico. Y voy a comenzar con una entrada sobre los hombres y mujeres que se abrieron paso en tales tierras cuando además de ser salvajes eran poco accesibles.


Restos de instalación ballenera para la captura de Belugas. Imagen ganadora del Segundo Premio de Fotografía Ciudad de Badajoz, edición 2016.


Svalbard y la figura del trampero.

 Solitario, huraño, tenaz, rudo, inclemente,... en ocasiones perseguido por la justicia. El trampero fue uno de esos personajes que de algún modo caracterizó los tiempos que se vivieron allá por los siglos XIX y principios del XX, y que puede considerarse clave en lo referente a la exploración de terrenos árticos desconocidos hasta entonces.

La imagen que hoy tenemos de estos personajes suele ser negativa, habida cuenta de la ingente cantidad de animales que sucumbieron ante sus manos, así como al hecho de que lo hicieron por puro negocio, llegando a esquilmar algunas poblaciones de animales.

No debemos caer sin embargo en el error de juzgar lo que otros hicieron hace décadas e incluso cientos de años. Y no debemos hacerlo por dos razones principales; la primera de ellas porque la visión que se tenía entonces de los animales como recurso, y la necesidad de usar sus pieles como prendas de abrigo eran completamente diferentes a las actuales, en las que existe un mayor grado de concienciación conservacionista derivado de una mayor información, así como una tecnología textil que supera el abrigo proporcionado por las pieles y las hace innecesarias. Y la segunda porque el daño que aquellos tipos pudieran causar a la fauna en el pasado fue una nimiedad comparado con el que se causa hoy, debido a cuestiones tan diversas como el calentamiento global, la desproporcionada generación de resíduos, la deforestación, el agotamiento de los recursos naturales, o incluso la globalización, mediante la que grandes compañías se adueñan de los derechos que eran públicos y hacen que los trabajadores vean reducidas sus condiciones laborales, económicas y sociales. No estamos por tanto ni mucho menos “libres de pecado”, y en consecuencia no somos dignos de juzgar comportamientos pasados, y en definitiva no estamos legitimados para hacer de jueces.
Perdiz Nival.

Personalmente soy contrario a cualquier tipo de maltrato animal, aun sabiendo que tampoco estoy libre de pecado, y por tal motivo voy a intentar tratar este tema con toda la imparcialidad que me sea posible. De igual modo me voy a centrar en los tramperos que llevaron a cabo su tarea en el archipiélago de Svalbard, lugar que he visitado recientemente.

Restos de cabaña y de letrina.

¿Cómo era la vida de los tramperos en el ártico?

Tras un viaje en barco a principios de verano, accedían a lo que se conocía como “estación base”; un refugio compartido por todos los cazadores que operaban en una zona determinada, y que además les servía de punto de encuentro. Desde allí tenían que adentrarse en solitario en tierras lejanas e inexploradas con la única compañía de unos perros; construir un pequeño refugio (por lo general a varios días de marcha) a base de troncos recogidos en la playa y disponerse a pasar casi un año en soledad y en total aislamiento, con unas temperaturas extremas y sabiendo que en caso de enfermedad o accidente nadie podría socorrerles y que sólo les echarían en falta si en el verano siguiente no acudían a la cita anual en el punto de encuentro acordado. Había que disponer de las provisiones necesarias para todo un año y vigilar su estado de conservación. Había que conseguir el combustible necesario (maderas recogidas en la playa y grasa animal) para mantener encendida la estufa y hacer de la pequeña cabaña un lugar medianamente habitable. Había que vivir constantemente con el rifle a mano para prevenir el ataque de un oso polar; se dice que incluso dormían con el arma en la cama, siempre cargada, conscientes de la fragilidad de sus refugios y de la posibilidad de ser atacados en cualquier momento por el gigante blanco. Está claro que la vida de los tramperos debió ser todo menos fácil y cómoda.
Acumulación de maderas y troncos en las playas de Svalbard, provenientes de los ríos siberianos.



Portando un arma de fuego, por lo general tenían todas las de ganar en el enfrentamiento con un oso. Pero también sabían que si por cualquier motivo el arma fallaba, se iban a dejar la vida. Y esto ocurrió más de una vez. En el museo de Svalbard puede verse un viejo rifle con una historia muy particular. Cuando su dueño no apareció, otros tramperos acudieron en su búsqueda, encontrando únicamente el arma con un cartucho encasquillado en la recámara. Esa vez el gran oso blanco se cobró su tributo.

Oso Polar.

Se sabe que los ingresos que obtenían no eran mayores que los de un minero, un pescador o el empleado de una factoría. Pero entonces ¿Que motivaba a estas personas a elegir semejante ocupación?


Según las opiniones vertidas en su momento por algunos de estos personajes, y las indagaciones realizadas con posterioridad por estudiosos del tema, las principales razones que les movían a llevar semejante tipo de vida eran el deseo de vivir a solas con la naturaleza, en completa libertad y sin más normas que las impuestas por uno mismo, alcanzar el sueño de perseguir la aventura en estado puro, y como no, siempre estaba la esperanza de una gran temporada de capturas que les hiciera ricos. Estas al parecer fueron las principales fuerzas que impulsaron a muchos hombres y a un buen número de mujeres a viajar al norte más salvaje y convertirse en tramperos. Hubo también quienes acudieron en busca de la propia soledad, incapaces de vivir y desenvolverse de forma conveniente en sociedad, e incluso quienes teniendo problemas con la justicia lo hicieron para huir de esta, conscientes de la falta de una autoridad en lugares tan remotos.
Zorro Ártico.

Zorros y Osos Polares eran las piezas más codiciadas por sus pieles, si bien una vez cazados era necesario un duro trabajo para despellejar y curtir estas. Focas y Morsas fueron también muy apreciadas tanto por el aprovechamiento de sus pieles como de su grasa, y en el caso de las últimas por sus colmillos. Los Renos eran otras piezas de interés, si bien sus pieles eran empleadas como abrigo por los propios tramperos y su carne como alimento junto a la de distintos tipos de aves. Los nidos de estas eran también apreciados, no sólo por la comida que suponían los huevos sino por el aprovechamiento del plumón como elemento de abrigo. Para capturar los zorros se empleaban trampas de madera; una especie de cajón con un cebo en su interior. Los osos en cambio fueron abatidos de diferentes formas: trampas provistas con un arma de fuego que se disparaba al retirar un cebo y les impactaba en la cabeza, otras trampas que atrapaban a los plantígrados por la cabeza, donde permanecían hasta que que el cazador acudía alertado por los perros, incluso cebos envenenados, aunque esta técnica fue enseguida prohibida por el gobierno noruego. Siempre que era posible los cachorros de oso eran capturados vivos para ser vendidos a zoológicos extranjeros a cambio de una buena suma.
Recreación del exterior de una cabaña de trampero. Se aprecian las pieles de zorro y un cachorro de oso encadenado, cuyo destino era un zoológico extranjero. Museo de Svalbard.


Recreación del interior de una cabaña de trampero. Museo de Svalbard.


Trampa para osos. Museo de Svalbard.


Otra curiosidad que caracterizó a los tramperos de Svalbard fue su particular forma de combatir el Escorbuto. Aunque la primera vez que se asoció a esta enfermedad con la carencia de Vitamina C fue a finales del siglo XVIII, por entonces las noticias no corrían como ahora, y hasta 1923 no se hizo manifiesta esa información en la zona, pero ellos venían eludiendo el mal desde mucho tiempo antes con el consumo de moras en conserva y sobre todo con la llamada “Hierba de Escorbuto” (Cochlearia officinalis), una planta de bajo porte perteneciente a la familia de las crucíferas que crece por gran parte de la costa noruega así como en algunas zonas de Svalbard, y que es rica en Vitamina C. A pesar de todo, el desconocimiento de la terrible enfermedad y de sus causas seguía siendo un misterio, y el miedo a contraerla siempre estaba ahí. Una prueba palpable es el relato escrito por el trampero Johan Hagerup en su diario en la temporada de 1900-1901: “Tenemos algo de miedo a que la vida diaria se vuelva demasiado tranquila, y que el escorbuto del diablo pueda hacernos una visita. Muchos rusos ya la recibieron antes. Hay suficientes esqueletos fuera de nuestra puerta”.
Oso Polar comiendo una Foca.
Reno.

Aunque la mayoría de los que acudieron a Svalbard para desempeñar el oficio de trampero fueron hombres que viajaron en solitario, algunos también estuvieron acompañados por sus familias. Uno de esos casos fue el de Wanny Woldstad, que además fue la primera mujer trampera en el archipiélago aunque no la única, pues el número de estas durante la que se conoce como época dorada (1890-1941) se cifra en el 6% del total. Tras la muerte de su esposo, Wanny trabajó como taxista en Tromso, y allí escuchó los relatos de algunos tramperos. Desde ese momento quedó atrapada por la magia del norte más salvaje y dejó su profesión para iniciar lo que sería la gran aventura de su vida. En 1932 y con la ayuda del trampero Anders Sæterdal, de quien aprendió el oficio, se convirtió en la primera mujer trampera de Svalbard. Delgada, de aspecto frágil y con una estatura de 1,57 cms, Wanny sorprendió a los tramperos más rudos y experimentados, que apostaban que abandonaría en cuanto pudiera. En los años siguientes no solo regresó, sino que lo hizo acompañada por sus dos hijos, que más adelante se convirtieron en experimentados cazadores.

Wanny Woldstad posando con dos osos abatidos. Imagen: Museo de Svalbard.

Las condiciones extremadamente duras propiciadas por el entorno y por la soledad hicieron que un buen número de soñadores abandonaran tras con una sola temporada, muchos de ellos sin apenas capturas y en pésimas condiciones físicas. Otros sin embargo repitieron, y algunos en numerosas ocasiones. El trampero que más temporadas ha permanecido en Svalbard es Harald Soleim, que llegó en 1977 y continúa en la zona de Kapp Wijk 39 años más tarde. Ahora las cosas son muy diferentes, y si nos remontamos a la época en que se cazaba sin restricciones, el auténtico rey del gran norte (o al menos el rey de Sassen, como era conocido en alusión a la zona donde se desenvolvió) fue Hilmar Nois, que permaneció allí 38 años entre 1909 y 1973, estando acompañado muchas de esas temporadas por su esposa Helfrid. En uno de sus diarios elaboró una lista de los suministros necesarios para un cazador durante un año, teniendo en cuenta según decía, la posibilidad de cazar renos, así como disponer de huevos y carne de perdices, gansos, patos y gaviotas. La lista que confeccionó es esta:
20 kg de harina
18 kg de margarina
5 kg de arroz

15 kg de harina de avena

5 kg smågryn
(esto no he conseguido traducirlo)
2 kg de café

1/2 kg de té

5 botellas de zumo

3 kg ciruelas

3 kg de pasas

50 kg de patatas

5 kg de patatas secas

diversas especias

12 latas de leche condensada

1 kg de leche en polvo

15 kg de jarabe

1 barril de leche agria (para evitar el escorbuto)

Hillmar Nois posando junto a su cabaña. Imagen: Museo de Svalbard.

Al final de sus días Hillmar no era un hombre rico, pero según dijo su vida había transcurrido en completa unión con la naturaleza y estuvo repleta de satisfacción.
Botes de madera abandonados. En su día fueron empleados para la caza de focas.


Por su parte los tramperos rusos también fueron frecuentes hasta la década de 1850. El más famoso de ellos fue Ivan Starostin con 39 inviernos a sus espaldas, de los cuales quince fueron de forma consecutiva.

Otro famoso trampero fue Arthur Oxaas, con 29 temporadas hasta que fue evacuado en 1941 junto a su mujer Anna y el resto de habitantes del archipiélago por temor a una invasión nazi. Conocido también por haber remado 280 millas para buscar a los miembros de la expedición de Johan Sivertsen a quienes encontró muertos.

Arthur Oxaas, Foto: Norsk Polarinstitutt.


En cuanto a las capturas, estas se contaron por miles. Uno de los mayores cazadores de osos polares en Svalbard fue Henry Rudi, que llegó a matar 750 osos, de ellos 115 en su mejor temporada. Rudi permaneció 25 temporadas en Svalbard, que sumadas a las 15 que estuvo en Groenlandia y la isla de Jan Mayen suman un total de 40; fue también un magnífico constructor de cabañas, y más adelante un gran número de cazadores usaron las edificaciones que él dejó.
Henry Rudi. Imagen: Museo de Svalbard.

Kyrre Reymert y Oddleif Moen han llevado a cabo un estudio de documentación sobre las cabañas de tramperos de Svalbard. Creen haber censado la totalidad de ellas, pero están abiertos a que puedan aparecer más registros. De las 317 estructuras documentadas, 100 cabañas han sido clasificadas como en buen estado y muchas de ellas están actualmente en servicio para casos de emergencia. Un total de 85 son ruinas que están a punto de desmoronarse y también hay 103 viviendas derruidas. Así mismo 29 de las cabañas que han descrito han desaparecido por completo y probablemente han acabado mar adentro.
Cabaña acondicionada como refugio.


Interior de la cabaña.

Para la construcción de las pequeñas edificaciones que les servían de vivienda los cazadores utilizaban aquello que tenían a mano y su creatividad fue inmensa. Las piezas básicas eran los troncos de coníferas amontonados en las playas. Siendo Svalbard un archipiélago despoblado de árboles resulta cuando menos curioso que allí acaben un gran número de troncos provenientes de los ríos Siberianos. También empleaban turba y musgos para cubrir toda la parte inferior y rellenar huecos. Aparte de estos elementos básicos, los tramperos traían consigo algunos elementos domésticos como ventanas, hornos, estufas, y por supuesto lonas, clavos y las herramientas necesarias para desarrollar el trabajo.
Cabaña semiderruida.



Restos de cabaña.

Según la ley noruega, todas las construcciones que datan de antes de 1946 están consideradas monumentos del patrimonio cultural, aunque algunas pueden ser utilizadas en situaciones de emergencia. En su interior se especifican las condiciones de uso, como eliminar todas las cenizas de las estufas antes de marcharse, no dejar alimentos, y asegurar las protecciones de ventanas y puertas para que estas permanezcan cerradas de forma segura. Su mantenimiento corre a cargo del gobierno noruego.
Aquí estamos en una de las rutas por tierra.

Ninguno de los tramperos que habitó en Svalbard se hizo rico. A lo sumo las riquezas se quedaron en manos de comerciantes de Tromso. Sin embargo estos personajes con su presencia constante en el archipiélago consiguieron algo muy importante; permitieron al gobierno noruego reivindicar la soberanía de esas tierras, y obtenerla en 1920 según lo acordado en el Tratado de Svalbard, que fue firmado por 39 países.

jueves, 2 de junio de 2016

Más relatos antárticos: La Expedición de Otto Nordenskjöld


Tenía preparada una segunda entrada sobre mi viaje a la Antártida, pero por razones que no vienen al caso, justo cuando iba a publicarla he decidido suspenderla, en principio de forma indefinida. Ello ha supuesto que tenga que recurrir a una nueva historia, que ha provocado el consiguiente retraso. Aclarado esto, vamos con una nueva aventura, basada en una historia, de las muchas que primero leí sobre la Antártida en los años que estuve soñando con el viaje y más tarde con su preparación, y otras las que tuve la ocasión de conocer durante el desarrollo del mismo.
Como indiqué en mi anterior entrada, es mi intención publicar aquí algunas de esas historias, acompañadas por imágenes que tomé durante mi viaje.

Caleta Cierva.


Aunque para la mayoría la aventura por excelencia es la que vivió la expedición de Shakelton hay otras menos conocidas pero igualmente impresionantes que ponen de manifiesto hasta donde puede llegar la resistencia y la determinación del ser humano. Pues bien, voy a relatar aquí una de las que me resultó más impresionante: la expedición del sueco Otto Nordenskjöld.
Este hombre fue un geólogo, geógrafo y explorador polar, que tras participar en viajes de exploración a lugares tan dispares como la Patagonia, Alaska y Canadá, lideró la expedición sueca a la Antártida que se llevó a cabo durante los años 1901-1904. ¡Tres años en la Antártida! Vamos a contar cómo fue la cosa.

Accediendo al Canal de Lemaire.


El viaje comenzó en Gotebord en Octubre de 1901. El geólogo Otto Nordenskjöld, que contaba entonces con 32 años, se embarcó en el buque Antartic junto a otros 6 científicos y doce perros de Alaska rumbo a Buenos Aires. El barco estaba preparado para soportar temperaturas bajas, pero no para los calores que tuvieron que soportar al atravesar las zonas tropicales, donde murieron diez de los doce perros. Ya en Argentina se les incorporó el alférez de la Armada de ese país José María Sobral, que participaría en la expedición. A cambio, el gobierno argentino les aprovisionó de carbón y víveres y se comprometió a participar en un eventual rescate en caso de emergencia. También se unió a la expedición el artista estadounidense Frank Wilbert Stokes.
El 21 de diciembre de 1901 el Antartic tomó rumbo a Stanley (Malvinas) donde llegó diez días más tarde. El objetivo era conseguir nuevos perros que sustituyeran a los que habían muerto por el calor. También se les unió un habitante de las Malvinas que se encargaría de los perros.
El 11 de Enero de 1902 llegaron a las islas Shetland del Sur, explorando algunas de ellas, y más tarde se dirigieron al hasta entonces conocido como estrecho de Orleans, que ellos descubrieron que no era tal, sino un estrechamiento que acababa cerrándose por completo. Cruzaron otro estrecho que bautizaron con el nombre de “Antartic” en homenaje a su barco y el 15 de Enero descubrieron una bahía que bautizaron como “Esperanza”, continuando por el mar de Weddel hasta la isla Paulet.


Isla del Diablo. Muy cerca de Paulet, donde tuvo lugar toda esta historia.


Después de otras exploraciones, el 9 de Febrero pusieron rumbo a la isla Cerro Nevado (Snow Hill), pero debido al abundante hielo tuvieron que desembarcar en la isla Paulet y continuar a través del hielo marino hasta la isla Cerro Nevado para instalar allí su campamento de invernada. Transportaban una cabaña de madera desmontada, así como abundantes provisiones y combustible para más de un año, además de todo el material necesario para realizar sus labores científicas. Mientras tanto el Antartic, al mando del capitán Larsen regresó al norte huyendo de los hielos. En su viaje a las Malvinas hicieron un rodeo para visitar Georgia del Sur. Allí Larsen eligió un sitio para instalar una futura estación de caza de ballenas, al que bautizó como Grytviken (Bahía de los Calderos) debido a que encontraron unos viejos calderos que habían sido usados por alguna expedición anterior para derretir grasa de focas y de elefantes marinos. El 28 de Febrero arribaron a las Malvinas donde el pintor Stokes abandonó la expedición.

Albatros de Ceja Negra.


El grupo de Otto Nordenskjöld trabajó afanosamente y en pocos días montaron la cabaña de madera, revistiéndola de láminas de cartón embreado. Sus dimensiones eran de 6,5 m de largo por 4m de ancho. Constaba de cuatro pequeñas habitaciones, tres como dormitorio (dos personas cada una), otra para la cocina y un espacio intermedio para ser utilizado como comedor y gabinete de trabajo. Tenía un altillo para guardar víveres y utensilios de trabajo. Disponía de doble puerta con un espacio entre ambas a modo de aislamiento. La cabaña dio muy buen resultado, haciendo medianamente confortable la estancia de aquellos hombres. En el interior disponían de una estufa de carbón más otra que encendían para cocinar. Sin embargo las temperaturas que registraron estuvieron con frecuencia por debajo del cero, aunque nada parecido a los -40º C. que registraron en el exterior. Entre sus muchas anotaciones, Nordenskjöld indicó que la cabaña había respondido bien a los envites del clima antártico, pero que si se volvía a emplear una construcción similar en próximas expediciones, esta sería aún más eficiente si estaba provista de doble pared, rellenando la cámara intermedia con aserrín. También aconsejaba que el suelo del altillo debería estar cubierto con una lona impermeable para evitar la “lluvia de compota” que ellos padecieron, al reventar por el frío los envases de vidrio que la contenían. Alrededor de la cabaña fueron construidas instalaciones para observaciones magnéticas y para los aparatos e instrumentos meteorológicos.

Imagen del refugio de la expedición, tomada en su momento.


En cuanto a las provisiones de agua, el lugar elegido les permitía recoger con facilidad hielo en un glaciar cercano que derretían sobre la estufa. Durante todo el otoñó e invierno antárticos realizaron trabajos meteorológicos, magnéticos, astronómicos, hidrográficos, biológicos y geológicos, así como expediciones sobre el hielo del mar a las islas vecinas y a la zona próxima de la península Antártica, región que luego se conocería como Costa Nordenskjöld, y que se extiende al suroeste de la isla, llegando hasta las proximidades del Círculo Polar Antártico. En esos recorridos llegaron a caminar más de 600 km por el hielo. Debieron tener muchos momentos de ocio que dedicaron a juegos de cartas, lectura y muchos momentos de charla. El que peor lo debió pasar fue el Alferez Sobral ya que no hablaba sueco, y al tiempo que ninguno de los suecos hablaba español.


Mapa de los recorridos sobre el hielo realizados por los exploradores suecos.


En Noviembre de 1902, el Antartic, capitaneado por Larsen regresaba de las islas Malvinas con la intención de recoger a los miembros del grupo. Previamente había enviado mensajes al Gobierno de Argentina y a las autoridades suecas sobre las rutas y campamentos planificados, y dejado las instrucciones necesarias para una eventual operación de rescate que debería organizarse si en abril de 1903 no hubieran regresado.

Ballena Franca


A medida que se aproximaban a a isla de Cerro Nevado empezaron a observar que había una gran cantidad de hielo que les bloqueba el paso, llegando a un punto en que el avance se hacía imposible. Continuaron haciendo intentos durante un mes momento en el que Larsen decidió enviar un pequeño grupo a bordo de un bote ballenero para que contactaran con Nordenskjold a fin de explicarle la situación y sugerirle el avance a través del hielo hacia un punto de unión con el barco mucho más al norte de lo previsto. Los tres integrantes del grupo fueron los marineros Andersson, Duse y Toralf Grunden, que llevaban un trineo y provisiones sólo para unos días.

Paisaje antártico en Portal Point.


Una vez desembarcados los tres hombres, Larsen continuó hasta el punto de encuentro, dando por hecho que estos llegarían a su destino en unos días. Sin embargo no fue así. Al día siguiente el pequeño grupo de contacto se topó con una franja de mar abierto, debiendo cruzarla con el bote. Cuando llegaron a tierra el terreno costero era rocoso y les era extremadamente dificultoso avanzar con la carga del trineo, motivo por el que decidieron regresar al barco. Al llegar, este había zarpado, dejándolos solos en el hielo. Volvieron a tierra donde tenían el trineo, y nada más llegar les sorprendió una enorme tempestad que duró varios días. Improvisaron un pequeño refugio junto a una roca, empleando piedras, así como el trineo y una lona como techo. Viendo que el contacto con el barco era imposible y que la cabaña de Nordenskjöld quedaba inaccesible para ellos, se plantearon invernar en aquél pequeño cubil. Sin provisiones, tuvieron que cazar cuantos pingüinos y focas pudieron, y enterrarlos bajo el hielo para que se conservaran. Comieron la carne de los animales y usaron su grasa para cocinar, durante un invierno que debió ser terrible. La temperatura en el interior del pequeño espacio en el que se hacinaban bajó con frecuencia de los -20º C.
Pingüinos de Adelia.

Por su parte el Antarctic, tras desembarcar a las tres personas que habían de llegar caminando sobre el hielo hasta la cabaña, había zarpado tratando de encontrar de nuevo un paso libre de hielo más al este de la península Antártica, que le permitiese llegar, dando un rodeo, a la isla Paulet. Ese intento resultó fatal, pues el barco quedó atrapado en el hielo el 12 de febrero. En ese momento estaban a unos 25 kms de la isla. Ante la imposibilidad de salvar la nave, Larsen dio la orden de abandonarla.
Lobo Marino y grupo de Pingüinos de Barbijo.

Los náufragos del Antarctic consiguieron llegar en pequeños botes a la isla Paulet en la que construyeron una cabaña usando piedras, y utilizando las pequeñas embarcaciones y el velamen como cubierta. Allí se refugió la tripulación del Antarctic (veinte hombres en total) desde febrero hasta noviembre de 1903. Apenas contaban con provisiones, por lo que tuvieron que recurrir también a los pingüinos que consiguieron cazar y a sus huevos, si querían sobrevivir durante el crudo invierno antártico.
Pollo de Pingüino Papua muerto sobre la nieve. Estas aves contribuyeron a la supervivencia de los expedicionarios.

La situación era trágica. Los expedicionarios quedaron divididos en tres grupos incomunicados entre sí. Nordenskjöld, sin noticias de fuera desde hacía dos años, todavía contaba con algunas provisiones, pero estas escaseaban, así como el combustible. Ellos también tuvieron que dedicarse a la caza a fin de complementar sus escasas vituallas con carne de pingüino y cocinar con grasa de foca. Su mayor temor era que el Antarctic hubiera podido naufragar justo después de dejarlos a ellos, en cuyo caso era difícil que acudiera una expedición de rescate, y en caso de hacerlo sería inútil, pues nadie conocía su ubicación exacta.
Ballena Jorobada.

Larsen y sus marineros se enfrentaban por primera vez al invierno antártico sin apenas recursos y hacinados en un pequeño refugio de piedra.
Y el grupo de los tres marineros en idéntica situación.
Después de varios meses de invernada, justo al comenzar el deshielo, Larsen intentó ponerse en contacto con el resto de sus compañeros, y el 9 de noviembre de 1903 llegó finalmente a isla Cerro Nevado.
Una de las cosas que más me impresionó en el viaje: los icebergs. Increíbles formas y colores hacen que su contemplación sea un deleite.

De repente, en medio de la blancura divisaron unas figuras negras que parecían moverse. Creyeron que se trataba de pingüinos, pero pronto vieron que eran demasiado grandes. Larsen utilizó sus prismáticos y pudo comprobar que eran personas. Unos tipos peludos, de aspecto completamente oscuro y vestidos con pieles de foca. La sorpresa fue mayúscula. Por aquellos años la Antártida se encontraba sin explorar y muchos teorizaban sobre los posibles habitantes nativos que pudiera haber en aquellas tierras. Si en el polo norte existían poblaciones de esquimales ¿Como serían los pobladores de la Antártida? Larsen creyó ser el protagonista de aquél primer encuentro con una nueva civilización y se preparó para tan solemne acontecimiento. Sin embargo, cuando estuvieron frente a frente la sorpresa fue aún mayor; aquellos tipos de pelos y barbas largos y enmarañados, tez oscura y ataviados con pieles, ¡hablaban sueco! El misterio se desveló enseguida. Los tres hombres no eran habitantes de la Antártida, aunque llevaban meses sobreviviendo allí. Eran los marineros Andersson, Duse y Toralf Grunden, encargados de contactar con Nordenskjöld. A pesar de la precariedad y las penurias que unos y otros sufrían, la alegría del encuentro subió el ánimo de unos y otros y les dio nuevas fuerzas para continuar.
Imágenes de los tres supervivientes al poco de llegar a la cabaña, ya sin pieles de foca, pero conservando el aspecto que tenían.



En Cerro Nevado habían de pasar el invierno Nordenskjöld, el meteorólogo Gösta Bodman, el marinero Gustav Akerlund, y el alférez argentino Sobral.
Desde el ambiente confortable que ofrecen los barcos que hoy se aventuran por estos lugares, si uno se para a pensar en situaciones como la que aquí describo, termina llegando a la conclusión de lo insignificantes que somos ante la naturaleza extrema.

A miles de kilómetros de allí, había gente que estaba preocupada por la expedición, así como por los marineros que tenían que recogerlos. La falta de noticias sobre Nordenskjöld y Larsen movilizó a suecos, y argentinos para organizar una expedición de rescate. Los franceses también se mostraron dispuestos a participar en ella. Finalmente el 8 de octubre de 1903 la corbeta argentina Uruguay al mando del capitán Irízar zarpó desde Buenos Aires y12 días después alcanzó Ushuaia. Allí permaneció hasta el 1 de noviembre en espera de otras dos expediciones organizadas para el rescate, enviadas por Suecia y francia, que no llegaban. Irízar no quiso esperar más y la Uruguay zarpó de Ushuaia; pocos días más tarde navegaba a corta distancia de la isla Paulet, sin saber que allí estaban los náufragos del Antarctic, a quienes sin saberlo, dejaron a corta distancia. La travesía a Cerro Nevado fue rápida y sin contratiempos; el 8 de noviembre se produjo el encuentro con la expedición científica de Nordenskjöld, que continuaban esperando al Antarctic.
Elefantes Marinos.

Los argentinos informaron a los suecos de la situación. Habían llegado a rescatarlos porque no había noticias del Antartic, que presumiblemente había naufragado. La decepción y los malos momentos finalizaron al día siguiente, cuando en el campamento se presentó el capitán Larsen y seis tripulantes del Antarctic.
Con excepción de un marinero que murió debido a problemas cardiacos, todos habían sobrevivido al invierno antártico en improvisados refugios de piedra. Poco después, la Uruguay ponía proa hacia la isla Paulet, recogía al resto de náufragos del Antartic y emprendía el regreso hacia tierras argentinas, poniendo fin a la odisea.


lunes, 4 de abril de 2016

Historias Antárticas (Primera Parte: Llegada a Isla del rey Jorge)

Comienzo aquí una serie de entradas sobre mi reciente visita a la Antártida e Islas Malvinas. Hay mucho que contar y mucho que mostrar. Por tanto, a quien le apetezca, aquí tendrá material, que espero renovar cada diez-quince días.

Mi llegada al continente austral comenzó por la Isla del Rey Jorge (Isla 25 de Mayo para los argentinos). Este lugar cuenta con un clima bastante propicio para la presencia humana (siempre en comparación con el resto) lo que ha hecho que desde hace bastante tiempo se hayan establecido allí un considerable número de bases (en la actualidad existen hasta 13 bases y refugios pertenecientes a distintos países). Una de esas bases es la chilena “Presidente Eduardo Frei” (base Frei), que está gestionada por la Fuerza Aérea de Chile y cuenta con una pista de aterrizaje.
Este viejo avión está cerca del extremo norte de la pista, y es usado como almacén.

Cuando digo una pista de aterrizaje no me estoy refiriendo a una pista asfaltada de las que acostumbramos a ver en los aeropuertos convencionales; esta es una pista a base de tierra y sobre todo de pequeñas rocas, y hasta con una visible inclinación en buena parte de su recorrido. Como una de esas pistas o caminos rurales por las que a veces conducimos un vehículo sin pasar de 60 kms/h., pero mucho más ancha y de apenas 1 km de largo. Pues bien, en esa pista aterrizan aviones de carga con suministros, y es también utilizada por algunas empresas de turismo antártico para trasladar pasajeros evitando el famoso “pasaje Drake” y sus “mareantes y vomitivas” repercusiones. Ello supone un precio mucho mayor que el habitual, pero un buen número de personas lo elige. En mi caso el precio “last minute” era similar, y ofrecía dos días más del expedición, así es que me apunté a esta opción sin pensarlo.

Vista parcial de base Frei desde la pista de aterrizaje.

La base Frei está situada en la parte occidental de la isla. A pocos metros está otra base chilena; parece que es un todo sin división alguna, pero existe una diferencia en tanto a que esta otra es científica y está gestionada por el Instituto Antárticos Chileno (su nombre es base “Julio Escudero”). Y por si fuera poco, hay otra base a pocos metros de ambas, en concreto la rusa “Bellingshausen”, nombre con el que los rusos homenajean al almirante del mismo apellido que exploró la zona por encargo del Zar Alejandro I allá por el año 1.819. Es una de las cinco bases permanentes que Rusia tiene en la Antártida (más otras cinco de verano), y entre ellos es conocida con nombres como “el balneario”, “la sauna” o “el lugar de veraneo”, debido a la relativa bonanza del clima (-2º C. de temperatura media y más de 10º C durante los meses de verano) en comparación con el de otras bases continentales donde se registran hasta -88º C. (base de Vostok). Si alguien ha leído hasta aquí puede pensar que me estoy enrollando con los rusos, y no le falta razón. El motivo es contar la primera de las historias antárticas que aquí inicio. Mi informante fue un mecánico chileno jubilado, afincado en Punta Arenas, que días atrás me había contado la historia que él asegura haber vivido en persona, cuando en su juventud era un encargado de mantenimiento de motores en base Frei.
Acceso a la base Bellingshausen.

Resulta que a principios de los años setenta, con el gobierno socialista de Allende en Chile, la relación entre rusos y chilenos vivía un momento de gloria. Un pequeño riachuelo (bautizado por los rusos con el nombre “pequeño Volga”) separa ambas bases; cuando digo pequeño, es porque en verano que es cuando corre, se cruza de un salto por algunos puntos y durante el invierno está congelado. Pues bien, en aquella época el pequeño Volga era cruzado a diario por unos y otros, en lo que se podía considerar como un hermanamiento notorio. Así continuaron las cosas durante unos años hasta que en septiembre de 1973 se produjo en Chile el golpe de estado, que originó la dictadura del general Pinochet y un radical giro a la derecha. En esas circunstancias, tanto rusos como chilenos recibieron órdenes expresas de evitar confraternizar con quienes ahora eran enemigos. Unos y otros no entendían bien por qué en un lugar remoto como aquél, en teoría dedicado a la ciencia y a la paz, tenían que atenerse a las mismas normas que en sus respectivos países, pero los militares tenían la obligación de acatar las órdenes sin rechistar, y los científicos al parecer asumieron e imitaron el comportamiento de los primeros como el más correcto y adecuado. Y así estuvieron durante más de un año aquellos vecinos, separados por unos metros y sin dirigirse la palabra. Hasta que en pleno invierno del año siguiente, cuando los chilenos estaban dedicados a sus tareas dentro de sus módulos (al parecer el tiempo no permitía trabajar fuera) se escucharon unos golpes en la puerta de uno de esos módulos. Sorprendidos, un par de chilenos acudieron a ver qué pasaba, y su sorpresa fue aún mayor al encontrarse con un tipo cubierto por una sábana blanca. Para mayor estupefacción de los científicos chilenos, el hombre levantó la sábana y mostró una botella de vodka. La conversación entre unos y otros, que mi informante conoció de oídas fue algo así:
¿Pero qué haces aquí ruso? ¿No te das cuenta que te van a castigar cuando te vean? ¡Anda, márchate rápido!
No pueden castigarme porque nadie me puede ver. Soy un fantasma, y por tanto soy invisible.
Los chilenos pasaron un momento de incredulidad y estupefacción ante lo que estaban presenciando y escuchando, pero al final no pudieron evitar reír a carcajadas e invitar al ruso al interior del módulo, donde compartieron el contenido de la botella. Habida cuenta de la actitud que había mostrado aquél ruso, es muy probable que la botella estuviera medio vacía, aunque también podía estar llena y ser la segunda que aquél individuo había agarrado entre sus manos aquél día. En ese primer acercamiento sólo participaron tres sorprendidos chilenos, pero cuando estos informaron a sus compañeros de lo ocurrido, todos mostraron su interés por haber querido participar en el encuentro… “hombreee, haber avisado”.
Una versión del fantasma ruso. La foto no es mía.

Una nueva visita del “fantasma ruso” se produjo pocos días después; la voz se corrió rápidamente, y esto hizo que el ruso bajo la sábana fuera recibido en aquella ocasión por la mayoría de los habitantes de “base Frei” y “Julio Escudero”. El aislamiento de aquellos hombres en medio del rigor del invierno antártico hacía que cualquier cosa que saliera de la rutina normal fuera bienvenida y hasta festejada, y aquella visita desde luego se salía de lo normal.
Esta foca Wedel puso esa cara al ver pasar "el fantasma".

Días después se esperaba de forma ansiosa la visita del fantasma, cuando uno de aquellos chilenos decidió que por qué esperar y se plantó en Bellingshausen, donde fue recibido con alborozo (al parecer los rusos ya estaban bastante “contentos” cuando se presentó el chileno), y su llegada fue motivo para continuar la fiesta unas horas más.
Skúa dándose un baño después de la fiesta.

A partir de entonces las visitas entre los miembros de una y otra base se hicieron cada vez más frecuentes, … y las fiestas compartidas también; como los que habían dado las órdenes de no confraternizar estaban a miles de kilómetros y no sabían nada de lo que estaba ocurriendo allí, se perdió el temor a posibles broncas, castigos o represalias y se volvió a un hermanamiento similar al que hubo un tiempo atrás.
Y este Pingüino Papua buscó refugio en el mar; se le ve cierta cara de trauma.

Con la llegada de la primavera, llegaron también buques de aprovisionamiento de los dos países, cuyos ocupantes se sorprendieron ante la nueva situación, pues a nadie se le ocurrió disimular, pero ninguno de los recién llegados puso el grito en el cielo por lo que veía. Mas bien debieron comprender que las normas en aquella parte del mundo, donde uno está sujeto al rigor de un clima extremo y al frágil estado de ánimo producido por el aislamiento más absoluto, son un caso aparte, y hay que tomarlas como el vodka, cuándo y como a uno le apetezcan.
En cambio este Lobo de Dos Pelos parece que terminó entonando algunos cánticos.

Ni que decir tiene que con el tiempo ambos países fueron sufriendo profundos cambios hasta llegar a lo que son ahora, y que en la Isla del Rey Jorge continúa reinando un clima de hermanamiento y colaboración entre Rusos y Chilenos.
Primeros pasos en la Antártida. Aquí se ve cómo es la pista.

Y volviendo a mi historia personal, una vez bajamos el avión, la primera vez que pusimos los pies en la Antártida, resultó un tanto extraño, pues lo hicimos en unas cubetas con desinfectante; siguiendo las normas del Tratado Antártico, hay que evitar cualquier tipo de contaminación, y las normas se cumplen bastante bien. Ya hablaré otro día sobre esto. A partir de ese momento teníamos por delante una caminata de algo más de dos kilómetros hasta una playa llena de guijarros en la bahía Fildes, junto a la península del mismo nombre, desde donde seríamos trasladados en zodiacs hasta nuestro barco, el “Sea Adventurer”, para iniciar el recorrido antártico. Y esa caminata, lejos de ser un inconveniente, o una dificultad necesaria, como se nos presentaba en la charla del día anterior, fue un recorrido espléndido, donde el primer contacto con la Antártida se manifestaba en la baja temperatura (-3º C.) pero atenuada por un sol radiante, y donde podían verse Pingüinos Papúa, Gaviotas Cocineras o Skúas en medio de un lugar salvaje pero donde el hombre estaba dejando su impronta desde hacía décadas.
Totem de direcciones de base Frei.

Nos habían pedido que no fotografiáramos las instalaciones militares chilenas, pero era inevitable una instantánea desde lejos, y sobre todo ante el primer tótem con múltiples direcciones de base Frei. Muy cerca de allí, sobre un promontorio, se veía la iglesia ortodoxa rusa de Santa Trinidad, la mayor de la Antártida, construida íntegramente de madera en alguna parte de Siberia y trasladada hasta allí en piezas.
Iglesia ortodoxa rusa de Santa Trinidad.

El recorrido finalizaba junto a “Villa Las Estrellas”, que nada tiene que ver con el pueblo ruso del mismo nombre, donde los cosmonautas de aquél país realizan sus entrenamientos. Esta villa es una parte de base Frei, en concreto el núcleo donde reside la población civil chilena, es decir, los familiares de algunos de los militares destinados en base Frei. Cuenta con escuela, oficina de registro civil, correos, banco, biblioteca pública, iglesia y un pequeño hospital. Aquí sí que permitían hacer todas las fotos que uno quisiera. No es que los edificios civiles sean menos importantes, es que interesa dar a conocer el hecho de tener población civil viviendo allí, como si de un pueblo más se tratase, en ese empeño por reivindicar la Antártida como parte del territorio nacional chileno.
Termina aquí el primer relato antártico, pero habrá otros más muy pronto, y con muchas más imágenes de fauna y paisajes, como algunos me piden. Paciencia. Queda mucho por contar. Hasta pronto.
Hacia el barco, que sería nuestra vivienda durante algo más de dos semanas.
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